PRESENTACIÓN DE CLÍNICAS GUATTARIANAS - SUBJETIVIDAD Y ESQUIZOANÁLISIS
texto preparado -pero no leído- para la presentación en Buenos Aires este pasado 28 de abril de 2023.
Si quieres conseguir el libro en Buenos Aires y Montevideo: psicoper@hotmail.com y +59899375258
El
Esquizoanálisis es uno de los tantos nombres que Gilles Deleuze y F. Guattari
le dieron a varias series de sus
propuestas analíticas y de intervenciones sobre la realidad. Tanto juntos como
por separado, también propusieron otros nombres: pragmática, empirismo
trascendental, psiquiatría materialista, rizomática, ecosofía, micropolítica….
El que más
prendió en sus discípulos, y en ellos mismos, sin dudas es el de
esquizoanálisis. Y creo que a los psicólogos ese nombre nos viene al pelo.
Sobre todo porque marca bien la diferencia de base con el psicoanálisis. Si
este último tiene su fundamento en la neurosis, el esquizoanálisis lo tiene en
la psicosis. Y del sustento de parte de este funcionamiento esquizofrénico,
funcionando con sus esquicias, fragmentando, y dando conexiones originales,
rizomáticas, es que proponen en su ética que intentemos devenir esquizos. Que
no es psicotizarse, sino justamente actuar rizomáticamente: por conectividad de
mundos diversos, por heterogénesis, multiplicitariamente, en base a rupturas
asignificantes, cartografiando. Ser esquizo no es convertirse en un andrajo
enfermo. Es tener la certeza de que no somos islas, no somos Robinson Crusoes,
somos seres sociales en conexión compleja permanente con lo humano e inhumano,
con las fuerzas de lo cósmico, actuando por causas y azares. Es también llevar
a cabo aquello de que nada del dolor del otro nos es ajeno. Es actuar en lo
macro y micro, porque no hay modo de no hacerlo así. Todo lo que hagamos tiene
repercusiones de una forma u otra en todo plano.
En este devenir
esquizo intento andar hace 30 años, desde mis primeras llegadas de oídas sobre
algunos conceptos deleuzo-guattarianos (grupo sujeto, grupo objeto,
transversalidad, liso, estriado, etc.) y luego con la lectura inicial de El
Anti Edipo. Un compañero de facultad, uno de mis principales amigos, hoy
maestro, tiene mucho que ver con esto. Osvaldo Da Costa, psicólogo que no
siguió estos caminos y prefirió el de la educación, fue el primero que me dijo:
“lo que dicen los profesores de psicología social (entre ellos Alfonso Lans,
amigo y uno de los prologuistas de este libro), estos nombres raros, los
sacaron de este libro”. Y ahí empezábamos a leer El Anti Edipo, sacándolo de la
biblioteca cuando podíamos, o en la biblioteca mismo cuando estaba vacía, pues
era lectura a voz alta, con comentarios, críticas e ainda mais. A partir de ahí estos “mostros” me
maravillaron, y comencé a leer cuanta cosa de ellos o sobre ellos podía. El
primer ejemplar de El Anti Edipo recién me lo pude comprar un año antes de
terminar la carrera.
A su vez, desde
los 19 años, emprendía mis primeros pasos en la militancia en la salud mental.
Comencé a concurrir al Hospital Psiquiátrico Vilardebó, al Programa Puertas
Abiertas de Voluntarios, coordinado por Raúl Penino (amigo que también prologa
este libro). Mi participación en este Programa, que llevaba un año de funcionamiento,
es en un grupo de teatro que integramos estudiantes de psicología junto a
usuarios internados y ambulatorios. Fue una experiencia riquísima, que duró 8
años. En 1995 logramos venir aquí, a Buenos Aires, al Festival Latinoamericano
de Artistas Internados en Hospitales Psiquiátricos. Fue una semana fascinante,
en el Teatro San Martín y en otros lugares, donde actuamos (junto a la obra
teatral llevábamos un espectáculo murguero, todo escrito por usuarios, con
trajes que nos facilitó la murga Araca la Cana, y tuvimos a Eduardo Larbanois
que nos guió en lo musical) y además de espectáculos presenciamos varias
conferencias. Los términos antipsiquiatría y desmanicomialización comenzaron a
tomar un vuelo alto en mi consciencia. También a partir de ahí me interesé por
todo lo que podía implicar revolucionar el campo de la salud mental, generando
dispositivos menos torturantes y más dignos que los clásicos manicomios.
Teniendo el norte de la subjetivación, del mayor coeficiente de libertad
posible y de los derechos humanos. No en vano Raúl le puso Puertas Abiertas al
programa, porque fue en homenaje a Basaglia. Dice que Basaglia abrió las
puertas del manicomio para que los internos salieran, su programa hizo algo
parecido aunque al revés. Intentó abrir las puertas del manicomio para que los
voluntarios entrasen y lo horadasen por dentro, le den aire fresco, espacios de
libertad. Antes de Puertas Abiertas no era fácil ingresar al Hospital
Vilardebó, principal recinto de la psiquiatría manicomial uruguaya. Incluso
para los canales de televisión. Recuerdo que en un festival que armamos con
Raúl y toda la barra de Puertas Abiertas (éramos entre 40-50 voluntarios por
año), a los que denominamos VilardeRock, donde presentábamos la obra teatral
del grupo (se denominaba “La Claraboya”), iban bandas de rock e incluso
artistas populares como Larbanois y Carrero, o Washington Carrasco y Cristina
Fernández, llegaron por primera vez al Vilardebó varios programas de TV, y era
toda una novedad en aquel momento. El hospital estaba teniendo un cambio en los
90, pasando de hospital de crónicos a de agudos (al menos en el plano formal).
Pues bien, de
estas dos vertientes principales, la psicología (con la llegada del
Esquizoanálisis) y de la práctica de Puertas Abiertas (además de la teatral,
acompañamientos terapéuticos, grupos diversos), fui sedimentando mi estrato
esquizo. También la militancia política partidaria, con algo de desconfianza y
más por vínculos de amistad, en la Juventud Socialista (del Partido Socialista,
integrante del Frente Amplio). Lo que más me gustaron de esos de cerca 10 años
de militancia orgánica, fue el trabajo hacia plebiscitos como el de la Defensa
del Agua. El ir hacia diversos sitios, instituciones, organizaciones barriales,
etc., hablando de esta problemática, de la importancia de defender este recurso
natural que pretendía ser vendido por el gobierno de derecha, y sobre todo ver
que pregnó en la población que votó a favor del recurso público, fue algo
importante en mi construcción de ser socio-político (y no esencialmente
partidario). Mi militancia a posteriori fue más en el plano de la salud mental,
siendo la apuesta fuerte la de cambiar la legislación que databa de 1936.
Varias organizaciones civiles, sociales, universitarias, con usuarios y familiares
implicados en Salud Mental, logramos generar un espacio denominado Asamblea Instituyente
por Salud Mental, Desmanicomialización y Vida Digna. Pusimos el tema sobre la
mesa, organizamos debates, y sobre todo la propuesta de una ley en salud mental
novedosa. La misma formó parte del insumo que tomó el gobierno del Frente
Amplio para generar su ley, votada por todos los partidos políticos. No es la
que hubiéramos querido, pero no está tan mal al fin y al cabo. Plantea entre
otras cosas la desaparición de hospitales psiquiátricos monovalentes para 2025
y todo un sistema que refuerza las internaciones en crisis en hospitales
generales y el fortalecimiento de la red social comunitaria, con instituciones
y dispositivos pertinentes que hagan a la inclusión social y el respeto por los
derechos humanos. Como todo, sólo falta que se cumpla, y se den los recursos y
la voluntad política y técnica necesaria para llevar a cabo estos planteos.
Tarea nada fácil y que demandará tiempo y mayor presión y contralor social de
las instituciones y personas implicadas en la cuestión.
De estas
historias también se puebla este libro. Quien conoce algo de la vida de
Guattari, no dejará de hallar ciertas analogías con algo de mi transitar.
Guattari comienza muy joven a trabajar en un centro psiquiátrico (por supuesto,
no era un hospital tradicional, que en su época eran peores que el hospital
Vilardebó de los 90), es psicoanalista de formación (yo entré a facultad
motivado por el Psicoanálisis, el Esquizoanálisis me “salvó” en tal sentido,
jaja) y militante político de izquierdas (obviamente más radicales y en tiempos
en que no era fácil ser militante de izquierdas). Por eso también el título,
Clínicas Guattarianas, porque además el real hacedor del esquizoanálisis en tal
plano fue Félix. Deleuze era filósofo, y si bien tiene conceptualizaciones para
mi gusto geniales para la clínica no era el que trabajaba en clínica en tal
sentido. Además le tenía una repugnancia declarada a los usuarios con que
trabajaba Félix en La Borde. Extrajo con Félix diamantes de la locura, pero no
quería aproximarse a un esquizofrénico. Por eso también marco en el libro como
fecha de inicio del Esquizoanálisis clínico, en el sentido psicológico del
término, el año del primer artículo relacionado con clínica e instituciones
psiquiátricas de Félix. Fue realizado en 1955, junto a Jean Oury, como un
diálogo entre ellos, y es parte del primer libro de Guattari (“Psicoanálisis y
Transversalidad” de 1972): “Sobre las relaciones enfermeros-médicos”. En las
primeras páginas de este libro hago un análisis de este artículo que me parece
realmente muy jugoso, donde ya hay varias de las ideas en germen del Guattari
que iremos conociendo a posteriori.
Sobre Clínica hay
bastante, argumentaciones al respecto de una clínica esquizoanalítica o
guattariana o como se la quiera llamar. De hecho aparecen dos denominaciones
más en este libro: clínica del acontecimiento (cuya firma inicial la da, desde
lo que sé, Adriana Zambrini, en su libro El Deseo Nómade), y clínica
rizomática. La cuestión principal pasa no tanto por discriminarla de otras
clínicas (psicoanalítica, conductista u otra), sino por ser como decía
Guattari, una metamodelización. No un modelo, sino una máquina de guerra que
pueda abastecerse de diferentes modelos cuando estos le son pertinentes, o
inventándolos cuando ninguno de los modelos que aprehendimos nos son de
utilidad en el momento. Deleuze y Guattari nos han ayudado a comprender que
nuestro trabajo es el de un barco pirata, donde debemos navegar robando teorías
y técnicas que nos puedan ser útiles para el trabajo con la subjetividad.
Realizando con ellas composiciones singulares. Cartografiándolas con las
ideas-fuerzas que el esquizoanálisis da, y también con otras
conceptualizaciones. De la psicología, de diversas ciencias, artes, la locura,
la brujería, la mística, el saber popular, etc. Nada descartamos.
Una clínica que
se entiende debe ser esquizo y de resistencia. De resistencia al poder
capitalista, a la política subyugante del organismo social que nos implanta
modos seriales dóciles y entristecidos para servir a nuestros amos. En contra
de los protocolos que quieran implantar (que ya están haciéndolos en buena
parte del norte), por fuera de los controles de calidad (como si el encuentro o
el acontecimiento se pudieran medir en laboratorios), en contra de autómatas
que creen que pueden contra el caos y las singularizaciones. Clínica de líneas
de fuga vitales y liberadoras, como plantea el psiquiatra Daniel Ferioli.
Clínicas contra el sujeto o la personología, pues sabemos que el asunto no está
dentro de ninguna psique o cerebro, sino que está en los agenciamientos donde
estamos, que nos transversalizan, de los que formamos parte. Clínica
inevitablemente social, ecosófica. Siquiera familiar o sistémica. Clínica
grupal así sea con una persona, pues ya es grupalidad plegada como decía Juan
Carlos de Brasi. Clínica entre estares molares y moleculares siguiendo la
fórmula de Tato Pavlovsky y Kesselman. Clínicas del cuerpo sin órganos,
intentando seguirlo y aportando para sus desviaciones más potentes. Rupturas de
estratos con excesiva suavidad y prudencia, nada de andar a los martillazos con
estructuras tan importantes (como nos advierten Deleuze y Guattari en Mil
Mesetas). Generación de planos de experimentación más que de interpretosis.
La clínica debe
dar lugar al sufrimiento, a su expresión, a su mapeo histórico y transversal,
porque ninguna biografía es sólo individual, es también social, ecosófica. Pero
se debe pasar del sufrimiento al pensamiento, para llevar el plano de las
pasiones a otras latitudes. Generar una clínica del porvenir más que de
repetición del pasado. Los síntomas, los lapsus, los sueños, no sólo remiten al
sufriente pasado, también tienen construcciones que nos hablan de producciones,
de fábricas subjetivantes hacia el futuro. El inconsciente-fábrica que produce.
Parte de este
libro de clínicas, crítica social, esquizoanálisis, política,
desmanicomialización y vida -un mix de algunos de su artículos-, es editado en
la revista francesa Chimeres 122, su número último, en francés, y es de
descarga libre según tengo entendido. Es un honor para mí haber sido invitado a
participar en este número de la revista fundada por Deleuze y Guattari.
Agradezco a la amiga Zorka Domic (quien conoció y trabajó con Tosquelles, Oury
y Guattari), quien mostró interés por mis artículos y me instó a presentar uno
para su publicación. “67 ans de cliniques schizoanalytiques à Montevideo” se
titula. Agradezco mucho a Anne Querrien (amiga de Guattari, quien al decir de Stephane
Nadaud, es de las pocas personas que insiste en una clínica esquizoanalítica en
Francia) quien aportó su mirada para su publicación, y al amigo uruguayo
Marcelo Real que colaboró en la traducción y facilitación de varios aspectos
idiomáticos y comunicacionales. Yo apenas sé español.
Con Stephane
Nadaud, (psiquiatra, filósofo y psicoanalista francés que tiene a cargo la
edición de la obra inédita de Guattari, como los libros que nos han llegado: 65
sueños de Franz Kafka, Líneas de fuga, o Escritos para El Anti Edipo), tuvimos
un encontronazo en Montevideo. Hizo unas ponencias presentando su libro
“Fragmento(s) subjetivo(s)” y defendió férreamente la institucionalidad
psicoanalítica menospreciando a todos aquellos que pensamos que no es desde el
psicoanálisis que el esquizoanálisis puede proliferar, o al menos no
exclusivamente con el psicoanálisis. Es más, declaró para él la inexistencia de
una clínica esquizoanalítica. Y ni hablar de incluir aspectos de otras
corrientes psy. A no ser que sean de la filosofía, de autores como Nietzsche,
que maneja bastante bien. Arrogancia de un franchute ortodoxo, poco parecido al
material que está sacando a la luz. Es más, una de sus ponencias, que a mí
particularmente fue la que más me gustó, fue bastante cuestionada por el
psicoanalismo presente, y tildada justamente de no psicoanalítica. A lo sumo
les pareció algo bastante “junguiana”. Este traspié de Nadaud lo aproveché para
decirle que acordaba con el público crítico, y que me parecía una ponencia muy
esquizoanalítica justamente, lo cual lo enojó un poco poniendo el énfasis de
que lo que expuso era Psicoanálisis. Claro, a lo sumo un psicoanálisis muy
guattariano, el cual le da ya de por sí una línea de fuga de los encuadres y
lugares comunes del psicoanálisis.
Este episodio con
Nadaud me da para pensar aquí con ustedes el tema de la institucionalidad,
sobre todo pensando en el esquizoanálisis. Tal vez yendo a contra-corriente de
lo que puedan pensar muchos deleuzo-guattarianos, yo también soy un defensor de
cierta institucionalidad esquizoanalítica. ¿Qué quiero decir? Que es importante
que nos organicemos, que tengamos instituciones que nos convoquen a pensar, a
formarnos, a construir, a experimentar. Corremos un gran riesgo si no lo
hacemos, que es la de la desaparición de lo que hemos heredado de estos
autores, incluso de quienes los han tomado, trabajado. Y no sólo esto puede pasar con Deleuze y
Guattari, sino también con autores recientemente desaparecidos, como
Baremblitt, Pavlovsky, Kesselman, Saidón, De Brasi. Gente que han creado
estilos clínicos que son muy fermentales, y que valen la pena rescatar y seguir
trabajándolos. Eso sí, obviamente, no estoy a favor de instituciones
fundamentalistas. No hablo de generar organizaciones que funcionen
superyoicamente, para decirnos qué es lo que se debe y no se debe hacer, para
fundar más una moral que una ética. No, se trata de organizaciones que acepten
lo multiplicitario, las diferencias, las composiciones. Una apuesta a lo
creacional, apuntando al paradigma ético-estético-político del esquizoanálisis.
Psicologías, Ciencias, Filosofías y un largo etcétera de aportes. Y esto lo
digo pensando en organizaciones para trabajar la clínica, así como para la
filosofía, la política, el arte, etc. Necesitamos de las mismas, sino esto
corre el riesgo de perderse. Y perder una herramienta de trabajo que, al menos
para nosotros, es tan valiosa, sobre todo en tiempos donde los paradigmas
neuro-científicos, cibernéticos, conductistas y todo tipo de apuestas a la
adaptabilidad y al control social están cada vez más potentes y al servicio de
las fuerzas del poder. Organizaciones como el Centro Félix Guattari, el
Instituto Félix Guattari, La Deleuziana, la revista Chimeres y tantas otras son
imprescindibles. Y hacer sinergias entre estas lo es aún mas. Hagamos diversas
clínicas de la creación, la libertad y la resistencia, capaz de conectarse con
diversas máquinas: políticas, científicas, sociales, artísticas, etc. No
perdamos la potencia de estas máquinas de guerra insurgentes.
Cierro con fotos tomadas en la presentación en Espacio Taura el 28 de abril.